La Energía Nuclear Parte I
¿La villana de la generación de electricidad?
La energía nuclear es controvertida, ni quien lo dude. En cuanto se le menciona, imágenes de Hiroshima y Nagasaki acuden a la mente de quien escucha e imagina a la par muerte y destrucción a escalas casi impensables. O quizás, de manera no menos trágica, se piensa en los accidentes —recientes y no tanto— ocurridos en las plantas nucleares de generación de energía, como el de Chernobyl en 1986 o, más fresco en la memoria, el de Fukushima. Las imágenes transmitidas por los noticieros, dantescas de por sí, no son nada comparadas con los temores que quedan en la imaginación del público, que se ven alimentados, a su vez, por pequeños recordatorios de las secuelas, aparentemente infinitas, de esos accidentes, entre los que la contaminación por materiales radioactivos es la más considerable, la más temida. En la memoria colectiva rondan imágenes de tierras inutilizadas e inutilizables debido a la radioactividad, que convierte en pueblos fantasmas todo lo que toca y cuyos largos tentáculos tienen alcances que aún no se conocen del todo. Abandono, enfermedad y deformidad son ideas que, cual si de película de trama posapocalíptica se tratara, se asocian de inmediato a las plantas nucleares de generación de energía. La pregunta, entonces, no puede dejarse fuera: si la energía nuclear es tan peligrosa, ¿por qué se sigue utilizando? Tras el embargo petrolero de 1973, algunos países cayeron en la cuenta de que la dependencia energética no era una posibilidad. Carecer de recursos propios, aunado a la volatilidad de las relaciones de Occidente con los países árabes, principales productores y abastecedores de petróleo, llevaron a Francia a considerar, no la posibilidad o la viabilidad, sino la urgencia de emplear energía nuclear para satisfacer sus necesidades de electricidad. Porque Francia no única- mente carecía petróleo: sus reservas de carbón estaban ya prácticamente agotadas. No fue solo “hacer de necesidad, virtud”: con unos cuantos kilos de uranio se tenía suficiente “combustible” para proporcionarle energía a toda una ciudad durante un año. También, entonces, se vio que la energía nuclear era conveniente al ser una fuente, digamos, “compacta” de energía, amén de que, al hablar de costos de producción, resultaría ser ligeramente más barata.
Por supuesto que la puesta en marcha del programa de generación nuclear de energía no hubiera sido posible sin la aceptación del público. El espectro de las bombas y sus secuelas aún flotaban en el ambiente, de modo que las autoridades se dieron a la tarea de convencer a la ciudadanía de que las ventajas de la energía nuclear eran muchas y sus riesgos pocos. Quizás el panorama que les pintaron fue bueno ya que, hasta el año 2010, la energía nuclear gozaba de popularidad y aceptación entre dos tercios de la población francesa, aunque cabe mencionar que también había un dicho bastante popular en ese momento: “no hay petróleo, no hay gas, no hay carbón, no hay de otra”. De hecho, la primera planta nuclear empezó a operar en 1962 pero, en esta ocasión, se trataba ya de aliviar una crisis y lo que, se pensaba, podía convertirse en una amenaza permanente al abastecimiento de electricidad en Francia, a nivel tanto doméstico como industrial.