La Energía Nuclear Parte II
¿La villana de la generación de electricidad?
Electricité de France SA es la compañía que se encarga de abastecer de energía eléctrica a los pobladores del territorio francés, surgida a raíz de la nacionalización de varias pequeñas productoras de electricidad privadas en 1946 y que hoy en día se encarga de operar cincuenta y ocho plantas, que proporcionan 78 % de la energía que consume Francia. No solo esto sino que, además, es la compañía de generación de energía operada por el Estado más grande del mundo. En 2011, el 22 % del total de la energía producida en la Unión Europea provino de esta compañía, generada, en su mayor parte, con energía nuclear.
Por si fuera poco, las plantas nucleares generan trece veces menos emisiones contaminantes que las granjas eólicas. La pregunta, entonces, es: ¿qué está sucediendo que Francia tiene planes para reducir su capacidad de producción al 50 % en los próximos treinta años? Como se mencionó anteriormente, la generación de energía eléctrica a partir de reactores nucleares gozó, desde un principio, de gran aceptación. Solo a finales de la década de 1980 surgió el único enfrentamiento grande entre la energía nuclear y el público, y se debió al manejo de los desechos y al planteamiento oficial al respecto. Las autoridades francesas jamás pensaron que el manejo de desechos radioactivos fuera a ocasionar problema alguno: se había llegado a un punto en el que, por ejemplo, los desechos que produciría una familia de cuatro personas que empleara energía eléctrica durante veinte años equivaldrían, en volumen, a un encendedor de gas, gracias a un agresivo programa de reutilización y reciclamiento de materiales radioactivos.
Como fuera, por mínimo que resultara el volumen de desechos, siempre habría algo y ese algo tendría que depositarse en alguna parte, para lo cual las autoridades eligieron alejarlos de las ciudades y llevarlos a la Francia rural. Como era de esperarse, los pobladores de estas zonas no enloquecieron de felicidad al enterarse de que se convertirían en algo así como un cementerio radioactivo, o sea, un lugar en donde se enterrarían los desechos radioactivos y ahí se alojarían para siempre, olvidados de todos menos de sus vecinos de la superficie, quienes no dejarían de verlos con recelo esperando que, en cualquier momento, sus emanaciones tóxicas comenzaran a afectar la superficie. El recelo respecto a los efectos de los desechos era comprensible, pero también se puso de manifiesto otro antagonismo: el que suele enfrentar al campo y a la ciudad. Así, los habitantes de los potenciales vertederos radioactivos no tardaron en expresar su descontento hacia los “parisinos que consumen electricidad y nos arrojan sus desechos”. Resultó un tanto incómodo bus- car una solución al problema porque, si bien comunidades como Civaux, al suroeste de Francia, habían acogido con deleite la idea de convertirse en hogar de una planta nuclear, ya no veían con tanto agrado el que esas plantas generaran desechos que tendrían que depositarse en alguna parte, muy probablemente en su subsuelo. El programa de manejo de desechos radioactivos, sin embargo, estaba mal planteado: lo que se buscaba era algo así como almacenar los desechos para reprocesarlos y volverlos a utilizar y, cuando esto ya no fuera posible, almacenarlos, ahora sí, de manera permanente.
Aparentemente superado el obstáculo, las cincuenta y ocho plantas nucleares que abastecen a Francia de las dos terceras partes de la energía eléctrica que consume continuaron funcionando sin mayores contratiempos. Entonces, vino Fukushima. El desastre ocurrido en la planta japonesa causó mucha más alarma incluso que Chernobyl porque hizo evidente que al menos cuatro de los generadores franceses ya llevaban, justamente, casi cuarenta años de operación y que el hecho de que siguieran funcionando en óptimas condiciones iba a requerir una inversión casi tan grande como la requerida por su construcción. Aparte, trajo nueva- mente a la memoria que los alcances de la contaminación por materiales radioactivos, después del desastre en la ex Unión Soviética, no se conocían aún del todo —a este respecto, se cree que partículas contaminantes habrían podido llegar a suelo francés, pero se desconoce hasta este momento en qué proporción—. Y otro jugador entró en liza para dificultar todavía más la ya de por sí crítica situación de las plantas nucleares: el esquisto bituminoso y el gas pizarra.