El saludable placer de viajar
Los noventas se conocen como “la década en que nos conectamos” y nos convertimos en una sociedad a la que la tecnología digital transformó rápida y radicalmente su forma de vivir, de trabajar, de producir, de comunicarse, de vender, de comprar, de enseñar, de aprender, de elegir y, por supuesto, de viajar.
Hoy, solo veinte años después, somos mil millones de viajeros que nos desplazamos cada día, viviendo y transportándonos en un mundo conectado por las tecnologías de la información y la comunicación, más pendientes de las imágenes que de la realidad, de la fotografía que de la experiencia; sin embargo, el sentimiento que nos produce de viajar y descubrir personalmente nuevas cosas persiste y no ha perdido todavía su encanto y su viejo misterio.
Como nunca antes, vivir significa viajar y lo hacemos en un mundo cada vez más accesible y equipados con una cantidad de información cada vez mayor y disponible absolutamente en todo momento; sin embargo, el sentido de un viaje como una metáfora del camino que recorremos a través de la vida, como una odisea, como una aventura o como un aprendizaje, no se ha perdido, recuperándose parte del asombro que antiguamente suponía la llegada a un nuevo lugar y el conocer nuevas personas.
La tecnología también nos permite movernos ligeros de equipaje, arribar de formas nuevas a destinos poco convencionales, compartir con los nativos y conocer su cultura, para disfrutar plenamente de los beneficios de viajar: renovarse física, psicológica y espiritualmente.
Diversos estudios de disciplinas tan amplias como la medicina, la psicología, la antropología, la sociología y la economía, han comprobado que conocer nuevos lugares y culturas y relacionarse con gente de otros países – incluso de otras regiones o ciudades – tiene efectos muy positivos sobre las personas. Se ha demostrado que estar en contacto con la naturaleza, visitar museos y monumentos y, en general, cambiar el entorno habitual tiene efectos positivos y saludables para quien vive esas experiencias. Finalmente, cambian las formas, pero persisten los sentimientos y los deseos.